La anciana esperó en silencio, mientras un Dave demasiado confuso luchaba consigo mismo.
— ¿Sabe un libro que siempre me ha gustado leer?.
Dave dirigió su mirada hacia la anciana que con esfuerzo avanzaba hacia las estanterías. Estaba desconcertado, ¿no hablaban de su vida?. Pensó que la anciana sufría los achaques de la edad, o peor aun, y aquel sería el momento en que la mujer, Biblia en mano, le desplegaría un insoportable sermón sobre el infierno. Un sentimiento agridulce enturbió el momento, y resolvió la forma de disculparse sin ofenderla. Ya se disponía a toser para llamar la atención de la anciana cuando ésta se volteo sonriente.
— ¡Aquí está!. ¡El mago de Oz?.
— ¿Qué?. — Ahora si que estaba confundido del todo — ¿Había dicho el mago de Oz?.
— ¿Lo conoces? — preguntó la anciana mostrando una cubierta envejecida.
Dave asintió atónito. ¿Quién no conocía el mago de Oz?. Bueno, no es que lo hubiera leído nunca, pero había visto muchas adaptaciones en la televisión… incluso aquella tan antigua, la que tenía aquella canción tan increíble…
— Está edición me la regalaron siendo yo una niña.
Dave la siguió con la mirada mientras la anciana volvía a sentarse, sin atreverse a interrumpirla, intrigado sobre la dirección que había tomado la conversación.
La anciana le acercó el ejemplar, y Dave no tuvo más remedió que alargar la mano para cogerlo. Con sumo cuidado, hojeo sus páginas gastadas mientras la anciana comenzaba a hablar de nuevo.
— Dorothy, es una chica que vive en Kansas con sus tíos, y tiene algunos problemas de entendimiento con ellos.
Dave sonrió al pensar que ya le había dicho que conocía la historia.
— Entonces un tornado la transporta junto a su casa y su perro al mundo de Oz. ¿no era así?.
La anciana asintió complacida.
— Así es. Pero cuando llega a Oz, alguien le dice que la única persona que lo puede ayudar a volver a casa es el mago de Oz, un personaje singular. Y tras regalarle unos zapatos de charol, le indica que siga el camino de baldosas amarillas.
Dave sin soltar la taza, se reclinó acomodándose en el sillón en el que se encontraba.
— En el camino, Dorothy vive un sinfín de aventuras, conociendo a otros personajes que con sus propios anhelos, deciden acompañarla para presentar sus peticiones al gran mago. El León que precisa de coraje, el espantapájaros que quisiera un cerebro, y el hombre de hojalata que desea profundamente disfrutar de un corazón propio.
La anciana hizo una pausa para comprobar que Dave la seguía, y el, asintió complaciéndola.
— Finalmente, cuando los cuatro amigos llegan a Oz, descubren con gran pesar que el mago no es sino un terrible fraude, y no podrá concederles sus deseos a ninguno de ellos. Obviamente, quién peor lo tenía era la muchacha, quién si nadie lo remediaba, terminaría sus días en aquella extraña tierra lejos de sus parientes ¿no crees? — preguntó a Dave.
Dave se encogió de hombros, dudando si no habría sido una pregunta retórica.
— Bueno, si conoces la historia, recordarás que en cada aventura fue imprescindible la participación de cada uno de los personajes, en las que mostraron cualidades que les indicaba que ya poseían aquello que anhelaban. El león mostró su valentía, reflejando un gran coraje. El espantapájaros fue capaz de urdir un complicado plan para sortear alguna situación, lo que indicaba que poseía inteligencia, y por ende, cerebro. Y el hombre de hojalata, demostró en todo momento de gran sentimiento, lo que le hacía valedor de un gran corazón. Ellos siempre poseyeron esas virtudes, pero nadie nunca supo mostrárselas.
Dave se adelantó para dejar la taza sobre la mesa sin dejar de prestar atención, con los dedos algo entumecidos por mantenerlos en la misma posición. La anciana aprovechó para descansar mientras observaba a Dave, que volvía a reclinarse sobre el asiento.
— ¿Pero qué de la pequeña Dorothy? — preguntó con cierto ímpetu —¿Quién la ayudaría a ella?. ¿Recuerdas?.
Dave reflexionó unos segundos antes de hablar.
— Creo que — comenzó despacio — la hada que le había dado los zapatos, apareció de nuevo. ¿No? — la anciana asintió — y le dijo… — pensó — que para volver a Kansas… …. debía … debía golpear los tacones de sus zapatos ¡Así volvería a casa! ¿verdad?. — Dave se sentía animado por haber recordado la historia, como un niño pequeño, mientras la anciana mostraba una reluciente sonrisa.
— Dave, tu eres como Dorothy.
La sonrisa se le borró tras aquellas palabras ¿Qué?.
— ¿Qué quiere usted decir? — preguntó lentamente.
La anciana aprovechó para volcar la tetera sobre su taza apurando las últimas gotas, mientras un sorprendido Dave la miraba con los ojos muy abiertos.
— Llevas mucho tiempo perdido — comenzó mientras volvía a su posición anterior — anhelando volver a casa, y buscando respuestas dónde nunca las encontrarás. Y sin embargo, tienes la solución junto a ti, de hecho la llevas encima ahora mismo.
Dave estaba atónito, ¿de qué hablaba?. Instintivamente, Dave se palpó los bolsillos hasta sentir el pequeño libro mutilado.
— Ajá — dijo la anciana asintiendo, como si supiera de que se trataba.
Dave metió la mano en el bolsillo, y sacando el objeto lo dejó caer sobre su regazo.
— He ahí tu zapato de charol.
Dave no se atrevió a levantar la cabeza, mientras fijamente, miraba la pasta del librito. — Nuevo Testamento, Salmos y Proverbios – leyó.
— ¿Cómo sabía, y por que dice que…? — Dave buscaba las palabras apropiadas, y la anciana esperó pacientemente.
Finalmente Dave guardó silencio.
— ¿Lo has leído alguna vez? — preguntó la anciana al fin.
Dave negó con la cabeza. — Alguna vez lo intenté, pero no me va demasiado la religión.
La anciana asintió. — Bueno, realmente no va de religión.
Dave levantó la mirada ante aquella declaración. ¿Cómo que no va de religión?.
Continuará.