viernes, 24 de julio de 2015

José, maravilloso secundario.

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El muchacho levantó la mirada hacía su joven esposa, y no pudo evitar que una lágrima cayera por su mejilla. No era por tristeza, ni alegría, ni impotencia, ni dolor… solo que se encontraba muy cansado, y ni su cuerpo ni su mente, daban para mucho más.
Nunca creyó que sería capaz de llevar semejante empresa, pero hasta ese momento Dios los había guardado, y a pesar de las circunstancias, aun debían sentirse agradecidos.
La joven resopló aquejumbrada, y el muchacho se secó la mejilla rápidamente con la manga de su vestimenta. Era consciente de que ella no debía encontrarse mucho mejor, con el agravante de su estado, así que debía cuidarse de no preocuparla aun más.
Estiró el cuerpo cuanto pudo, pero la muchacha seguía dormida. Probablemente se trataba de algún sueño, y no era para menos  ¡Con los meses que llevaban!.
Volvió a la postura inicial, y suspirando, recordó una de sus últimas clases en la sinagoga antes de que, cómo hombre, tomara sus responsabilidades en el oficio familiar.
Hilel, conocido como el sabio, les narrabas las peripecias que padre Abraham tuvo que sufrir, antes de que el sueño de Dios para él se cumpliera con el nacimiento de Isaac, dando paso a la gran nación que llegaron a ser en otros tiempos.
– Pero – dijo pensativo el anciano –. A pesar de lo tortuoso de su camino siempre se mantuvo con una fe, que aun hoy, nos debe inspirar a todos.
– ¿Cómo se tiene fe? – había preguntado él, con la timidez que lo caracterizaba.
El anciano levantó una ceja, y sonriente, se acercó a la bancada que usaba para sentarse.
– ¿Ves este objeto?
José asintió.
– Estoy convencido de que tu padre, hará mucho de estos. ¿cierto?
El niño volvió a asentir, incómodo porque todas las miradas estuvieran dirigidas hacia él.
– ¿Qué piensas cuando tu padre te muestra un trozo de tronco, y te dice que de ahí, saldrá un asiento como este que tengo junto a mi?
José dudó antes de hablar.
– Imagino como será.
El Rabino asintió antes de continuar.
– Pero, ¿dudas de que esto no será así?
José no debió pensar esta vez.
– No. Padre es buen artesano, cuando se propone hacer algo, siempre lo hace perfecto.
Hilel dio una palmada con sus manos, sorprendiendo a todos, y asustando a los más despistados.
– ¡Exacto! Eso es la fe. Es creer que Dios hará lo que ha dicho que va a hacer, porque Él todo lo que se propone, lo hace perfecto – mientras hablaba, comenzó a caminar por la sala –. Así que cuando Dios ordenó a padre Abraham que saliera de Ur, aun sin decirle a dónde debía dirigirse, no preguntó, solo emprendió la marcha.
José recordó como se sintió en aquel momento. Él, tímido, medio cobarde… ¿sería capaz de obedecer a Dios así, hasta las últimas consecuencias?
Pero sí, lo había hecho.
Cuando descubrió que María estaba en cinta, quiso morir. Realmente sentía aprecio por aquella muchacha, y… era tan bella. Pero la ley era clara al respecto, y a pesar de sus sentimientos, debía denunciarla a los sacerdotes. Fueron unos días terribles. Incapaz de comer, dormir, trabajar… Sus padres comenzaron a sospechar, y si no tomaba una decisión pronto todo se iba a saber, y María, su preciosa María, sería condenada a un espantosa muerte.
¡La dejaría! ¡La dejaría y nadie se iba a enterar! Y si ella se marchaba, todos pensarían que era por la vergüenza de aquella afrenta, y no por la terrible realidad que los acontecía.
Pero entonces aquel ángel se le apareció en sueños, y lo acabó de trastornar todo. ¡En cinta por… ¿el Espíritu Santo?! ¿Jesús? ¿Dios con nosotros?
Había tenido que esforzarse mucho para no vomitar al despertar. ¡Y había pensado que, el embarazo de María era lo peor que le podía suceder! ¿Cómo se le ocurría a Dios meterlo a él, en semejante proyecto? ¡Él era José, el hijo del carpintero! ¡Un simple artesano!
Si, ya, eran de la casa de David, pero ¿cuántos hijos de David no habría, en otros lugares más adecuados? ¡De Jerusalén! ¡Allí si que debía haber buenos hijos de David! Valientes, preparados, dispuestos….
Pero entonces, había recordado aquella clase de Hilel. Quizás hubiera otros más valientes, más preparados, más dispuestos…. Pero, ¿tendrían la fe necesaria para obedecer a Dios hasta el final?
Entonces se había arrodillado allí mismo, junto al catre. Y con lágrimas en los ojos, decidió que no preguntaría a Dios ¿a dónde?, solo emprendería la marcha. Haría como el ángel le había ordenado.
Y nueve meses después, allí se encontraban. En un apestoso establo porque no había encontrado un lugar mejor para alojarse en toda Belén, pero con el pleno convencimiento de que era Dios mismo, quién los guiaba.
María volvió a quejarse, y llevándose las manos a su barriga, gritó.
– ¡José! ¡Viene!
El joven judío, que casi se había quedado dormido en sus pensamientos, saltó de su lugar colocándose al lado de su dolorida esposa.
– ¿Ya? ¿Estás segura?
María apretó los dientes, mientras sentía que su cuerpo se iba a romper en cualquier momento.
– ¡Siiiiiiiiiiiiiiiiiiii!
José se puso en pie, confundido.
– ¡Buscaré ayuda! ¡ No te muevas! ¡Vuelvo en seguida!
María aspiraba y exhalaba, mientras contenía una repuesta que no habría sido del todo decorosa. ¿Dónde narices quería que fuera?
Y mientras observaba a su esposo alejarse, un extraño sentimiento embargó todo su ser. En unos momentos, daría a luz al hijo concebido del Espíritu Santo, al Emanuel, Dios con nosotros, quién salvaría al pueblo de sus pecados, y daría libertad a los cautivos…
Y de alguna manera supo, que ya nada sería igual, nunca más.

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¡VICTORIA!


        La tierra quedó fría y oscura, como hacía mucho que no se encontraba. La luz que disipaba toda oscuridad, se había extinguido, y no existía ser oscuro que no disfrutara del momento. O al menos así, debería haber sido.
        – No te veo feliz, señor.
        Uno de aquellos desagradables seres, miró a su príncipe, sorprendido de que no celebrara tan magna victoria. El que antaño fuera uno de los más leales al caído, miró a aquel ser despreciable, y pensó que solo necesitaría levantar su pie para aplastarlo como el insecto que era. Pero tenía razón, había algo que no cuadraba.
        – Ha sido demasiado fácil – escupió al fin.
        El demonio no entendía. ¿Y qué importaba si había sido fácil? Él estaba muerto. Aquel que se había presentado como el verdadero Hijo de Dios, había sido ejecutado, crucificado, eliminado… Y, aunque aquel temblor había enmudecido todo el mundo espiritual, todo había acabado. El reino de las tinieblas había logrado callar la voz de Dios.
        El espíritu se encogió de hombros, y alzando el vuelo, fue en busca de otros que demostraran mejor actitud.
        Fuera, la actividad demoníaca se había recrudecido. Todos querían festejar la victoria haciendo el mayor daño posible, y si, lograban atormentar a quienes había sido liberados por el tal Jesús, mucho mejor. Mientras Satanás, orgulloso, rodeaba la tierra una vez más, complacido por las acciones de sus legiones.
         Durante dos días, muchos en la región sintieron aquel escalofrío en su espalda, mientras los discípulos, escondidos, sufrían en silencio la vergüenza de no haber tenido mayor talla. El maestro había caído, ¿cómo era posible? Se repetían una y otra vez, incapaz de asociar el hecho, con las últimas enseñanzas del Rabí. Sin embargo no todo estaba acabado. Es más, aquello había sido escrito al menos siete siglo antes.
        Y el momento llegó.
        La lujuria y los excesos, robaron la importancia de la insignificante tumba en la que había depositado su cuerpo, sin embargo, no hubo espíritu demoniaco, que no sintiera el temblor que produjo aquella piedra al rodar.
        Todos levantaron sus miradas hacía el príncipe de este mundo, quién con estupor, comenzaba a negar lentamente. ¿Qué…? – gritó, provocando que los más cercanos, se alejaran por prudencia.
        Pero nadie tuvo que decir nada, para saber que estaba ocurriendo. La luz inextinguible, emergió de la oscuridad, deslumbrando a todo ser, y los demonios comenzaron a huir, según aquel resplandor, se volvía más insoportable.

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