El muchacho levantó la mirada hacía su
joven esposa, y no pudo evitar que una lágrima cayera por su mejilla. No era
por tristeza, ni alegría, ni impotencia, ni dolor… solo que se encontraba muy
cansado, y ni su cuerpo ni su mente, daban para mucho más.
Nunca creyó que sería capaz de llevar
semejante empresa, pero hasta ese momento Dios los había guardado, y a pesar de
las circunstancias, aun debían sentirse agradecidos.
La joven resopló aquejumbrada, y el
muchacho se secó la mejilla rápidamente con la manga de su vestimenta. Era
consciente de que ella no debía encontrarse mucho mejor, con el agravante de su
estado, así que debía cuidarse de no preocuparla aun más.
Estiró el cuerpo cuanto pudo, pero la
muchacha seguía dormida. Probablemente se trataba de algún sueño, y no era para
menos ¡Con los meses que
llevaban!.
Volvió a la postura inicial, y
suspirando, recordó una de sus últimas clases en la sinagoga antes de que, cómo
hombre, tomara sus responsabilidades en el oficio familiar.
Hilel, conocido como el sabio, les narrabas
las peripecias que padre Abraham tuvo que sufrir, antes de que el sueño de Dios
para él se cumpliera con el nacimiento de Isaac, dando paso a la gran nación
que llegaron a ser en otros tiempos.
– Pero – dijo pensativo el anciano –. A
pesar de lo tortuoso de su camino siempre se mantuvo con una fe, que aun hoy,
nos debe inspirar a todos.
– ¿Cómo se tiene fe? – había preguntado
él, con la timidez que lo caracterizaba.
El anciano levantó una ceja, y
sonriente, se acercó a la bancada que usaba para sentarse.
– ¿Ves este objeto?
José asintió.
– Estoy convencido de que tu padre,
hará mucho de estos. ¿cierto?
El niño volvió a asentir, incómodo
porque todas las miradas estuvieran dirigidas hacia él.
– ¿Qué piensas cuando tu padre te
muestra un trozo de tronco, y te dice que de ahí, saldrá un asiento como este
que tengo junto a mi?
José dudó antes de hablar.
– Imagino como será.
El Rabino asintió antes de continuar.
– Pero, ¿dudas de que esto no será así?
José no debió pensar esta vez.
– No. Padre es buen artesano, cuando se
propone hacer algo, siempre lo hace perfecto.
Hilel dio una palmada con sus manos,
sorprendiendo a todos, y asustando a los más despistados.
– ¡Exacto! Eso es la fe. Es creer que
Dios hará lo que ha dicho que va a hacer, porque Él todo lo que se propone, lo
hace perfecto – mientras hablaba, comenzó a caminar por la sala –. Así que
cuando Dios ordenó a padre Abraham que saliera de Ur, aun sin decirle a dónde
debía dirigirse, no preguntó, solo emprendió la marcha.
José recordó como se sintió en aquel
momento. Él, tímido, medio cobarde… ¿sería capaz de obedecer a Dios así, hasta
las últimas consecuencias?
Pero sí, lo había hecho.
Cuando descubrió que María estaba en
cinta, quiso morir. Realmente sentía aprecio por aquella muchacha, y… era tan
bella. Pero la ley era clara al respecto, y a pesar de sus sentimientos, debía
denunciarla a los sacerdotes. Fueron unos días terribles. Incapaz de comer,
dormir, trabajar… Sus padres comenzaron a sospechar, y si no tomaba una
decisión pronto todo se iba a saber, y María, su preciosa María, sería
condenada a un espantosa muerte.
¡La dejaría! ¡La dejaría y nadie se iba
a enterar! Y si ella se marchaba, todos pensarían que era por la vergüenza de
aquella afrenta, y no por la terrible realidad que los acontecía.
Pero entonces aquel ángel se le
apareció en sueños, y lo acabó de trastornar todo. ¡En cinta por… ¿el Espíritu
Santo?! ¿Jesús? ¿Dios con nosotros?
Había tenido que esforzarse mucho para
no vomitar al despertar. ¡Y había pensado que, el embarazo de María era lo peor que
le podía suceder! ¿Cómo se le ocurría a Dios meterlo a él, en semejante
proyecto? ¡Él era José, el hijo del carpintero! ¡Un simple artesano!
Si, ya, eran de la casa de David, pero
¿cuántos hijos de David no habría, en otros lugares más adecuados?
¡De Jerusalén! ¡Allí si que debía haber buenos hijos de David! Valientes,
preparados, dispuestos….
Pero entonces, había recordado aquella
clase de Hilel. Quizás hubiera otros más valientes, más preparados, más
dispuestos…. Pero, ¿tendrían la fe necesaria para obedecer a Dios hasta el
final?
Entonces se había arrodillado allí
mismo, junto al catre. Y con lágrimas en los ojos, decidió que no preguntaría a
Dios ¿a dónde?, solo emprendería la marcha. Haría como el ángel le había
ordenado.
Y nueve meses después, allí se encontraban.
En un apestoso establo porque no había encontrado un lugar mejor para alojarse
en toda Belén, pero con el pleno convencimiento de que era Dios mismo, quién
los guiaba.
María volvió a quejarse, y llevándose
las manos a su barriga, gritó.
– ¡José! ¡Viene!
El joven judío, que casi se había
quedado dormido en sus pensamientos, saltó de su lugar colocándose al lado de
su dolorida esposa.
– ¿Ya? ¿Estás segura?
María apretó los dientes, mientras sentía
que su cuerpo se iba a romper en cualquier momento.
– ¡Siiiiiiiiiiiiiiiiiiii!
José se puso en pie, confundido.
– ¡Buscaré ayuda! ¡ No te muevas!
¡Vuelvo en seguida!
María aspiraba y exhalaba, mientras
contenía una repuesta que no habría sido del todo decorosa. ¿Dónde narices quería
que fuera?
Y mientras observaba a su esposo
alejarse, un extraño sentimiento embargó todo su ser. En unos momentos, daría a
luz al hijo concebido del Espíritu Santo, al Emanuel, Dios con nosotros, quién
salvaría al pueblo de sus pecados, y daría libertad a los cautivos…
Y de alguna manera supo, que ya nada
sería igual, nunca más.
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