La
tierra quedó fría y oscura, como hacía mucho que no se encontraba. La luz que
disipaba toda oscuridad, se había extinguido, y no existía ser oscuro que no
disfrutara del momento. O al menos así, debería haber sido.
– No
te veo feliz, señor.
Uno
de aquellos desagradables seres, miró a su príncipe, sorprendido de que no
celebrara tan magna victoria. El que antaño fuera uno de los más leales al
caído, miró a aquel ser despreciable, y pensó que solo necesitaría levantar su
pie para aplastarlo como el insecto que era. Pero tenía razón, había algo que
no cuadraba.
–
Ha sido demasiado fácil – escupió al fin.
El
demonio no entendía. ¿Y qué importaba si había sido fácil? Él estaba muerto.
Aquel que se había presentado como el verdadero Hijo de Dios, había sido
ejecutado, crucificado, eliminado… Y, aunque aquel temblor había enmudecido
todo el mundo espiritual, todo había acabado. El reino de las tinieblas había
logrado callar la voz de Dios.
El
espíritu se encogió de hombros, y alzando el vuelo, fue en busca de otros que
demostraran mejor actitud.
Fuera,
la actividad demoníaca se había recrudecido. Todos querían festejar la victoria
haciendo el mayor daño posible, y si, lograban atormentar a quienes había sido
liberados por el tal Jesús, mucho mejor. Mientras Satanás, orgulloso, rodeaba
la tierra una vez más, complacido por las acciones de sus legiones.
Durante
dos días, muchos en la región sintieron aquel escalofrío en su espalda,
mientras los discípulos, escondidos, sufrían en silencio la vergüenza de no
haber tenido mayor talla. El maestro había caído, ¿cómo era posible? Se
repetían una y otra vez, incapaz de asociar el hecho, con las últimas
enseñanzas del Rabí. Sin embargo no todo estaba acabado. Es más, aquello había
sido escrito al menos siete siglo antes.
Y
el momento llegó.
La
lujuria y los excesos, robaron la importancia de la insignificante tumba en la
que había depositado su cuerpo, sin embargo, no hubo espíritu demoniaco, que no
sintiera el temblor que produjo aquella piedra al rodar.
Todos
levantaron sus miradas hacía el príncipe de este mundo, quién con estupor,
comenzaba a negar lentamente. ¿Qué…? – gritó, provocando que los más cercanos,
se alejaran por prudencia.
Pero
nadie tuvo que decir nada, para saber que estaba ocurriendo. La luz
inextinguible, emergió de la oscuridad, deslumbrando a todo ser, y los demonios
comenzaron a huir, según aquel resplandor, se volvía más insoportable.
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