miércoles, 11 de junio de 2008

Justicia humana.®

          Aquello era algo en lo que ella siempre chocaba. Para Inés, nunca fue demasiado dificultoso el creer en la existencia de un Dios creador, incluso no hacía mucho, había descubierto que por su gran amor fue capaz de entregar a su único hijo para librar al hombre de la condenación eterna, ¡solo porque quiso!. Tampoco tuvo problemas en aceptar que hubiera ciertas condiciones, sencillas, pero condiciones al fin y al cabo. Pero aquello era demasiado, no podía asimilarlo.
          – No lo entiendo, por más que me argumentes, no lo entenderé nunca – Inés dijo con grandes aspavientos un tanto cansada por el debate.
          El grupo se encontraba almorzando en el amplio comedor que el albergue ponía a disposición de los clientes. Hacía rato que estaban todos sentados, pero casi obligados por el debate que se traían entre manos, nadie se atrevió a levantarse. Quique se percató de que todos en el lugar estaban pendientes de ellos, y se ruborizó un poco.
           Mira Inés, no es cuestión de entenderlo con una mente limitada, es cuestión de fe – Moisés habló con dulzura.
          Inés lo miró con dureza. Le fastidiaba que la gente usara la fe para ocultarse cuando no podía explicar algo.
           Quizás sea fácil para ti… contestó casi suspirando.
          Moisés sonrió.
          Inés, el hecho de que yo sea pastor, no quiere decir que sea fácil para mi. Te aseguro que no lo es.
El hombre posó su mano sobre la mano de la muchacha que la tenía apoyada sobre la mesa, y ella reaccionó quitándolo.

          ¡No!. – sus ojos parecían arder – no puedo aceptar que siendo un Dios tan amoroso, permita que gente buena vayan al infierno simplemente por escoger un camino equivocado. ¡No me lo creo!... ¡No lo puedo creer!.          Moisés quiso replicar una vez más, pero Rafael, que se encontraba sentado junto a él, le tocó suavemente en la pierna instándole a que le diera un poco de tregua. Moisés asintió levemente con la cabeza, y calló.
          Inés estaba verdaderamente nerviosa. Con las lágrimas saltadas, agarró su bolso en busca de un cigarro. Sabía que no eran la mejor compañía para fumarse un cigarrillo, pero lo necesitaba. Con rapidez se lo puso en la boca, y esperó antes de encenderlo, pero nadie objetó. Lo encendió, y le dio una calada profunda.
          El grupo había aceptado tener paciencia con la muchacha. Sabían que Dios la estaba tratando, y que eso necesitaba su tiempo.
          Rafael esperó a que se tranquilizara un poco, y habló pausadamente.
           Inés, ¿me permites que te cuente una historia?.
          La muchacha asintió.
          Rafael se puso a contar.
           En cierta ocasión, una mujer que por circunstancias de la vida había tenido que criar a su hija sola, se encontraba agobiada por los quehaceres de la casa. Para poder sobrevivir, debía trabajar cada día duramente, y al llegar a casa, aun más, debía poner todo en orden. Encargarse de las comidas, la ropa, la limpieza… y aunque su hija ya era toda una señorita, lo cierto es que no hacía mucho por ayudar. Un día de esos en los que todo se complica, no le dio tiempo a terminar de recoger la casa, así que temiendo pedirle ayuda a su hija por lo que podía formar, tuvo una idea. Le propuso cobrar veinte euros si recogía perfectamente la cocina. Pero no una pasadita rápida, ni solo fregar los platos, si no una limpieza a fondo de la cocina. La muchachita ante la perspectiva de ganarse unos euros, aceptó complacida. Así que tras aceptar mutuamente el trato, la madre salió apresurada para el trabajo.
Rafael hablaba pausadamente, pendiente de que Inés entendiera todo lo que relataba.

           Así que… continuó – la niña alegre por el trato, se dispuso a ponerse manos a la obra. Se dirigió a su dormitorio para ponerse algo más apropiado, y cuando quiso hacerlo, se percató de que tenía toda la ropa tirada por la habitación. – Así será difícil encontrar algo viejo – pensó. Así que con el objetivo de escoger la ropa apropiada, se dispuso a ordenar todas las prendas que allí se encontraban. Aquello le llevó unos minutos, pues era bastante el desorden, pero al fin, tenía todo organizado encima de la cama. Sabía que se iba a poner. Pero cuando ya se disponía a salir de la habitación para encargarse de la faena encomendada, pisó algo que casi la hace caer.           ¡Oh mi Barbie! – exclamó cuando vio que había pisado.          Lo cierto, es que todo el suelo estaba lleno de juguetes, zapatos, revistas… aquello era una verdadera jungla de desorden. Sorprendida de que nunca antes tanto desbarajuste le hubiese llamado la atención, se dejó caer sobre la cama. ¿Cómo no se había dado cuenta antes?. Así que tras meditarlo, tomó una decisión: iba poner fin a aquel desmadre.          Con resolución, la muchacha se puso manos a la obra, y con empeño y resolución, ordenó, recogió y limpió su dormitorio con gran excelencia. ¡Que sucio estaba todo!. Se avergonzaba, pues aquello era su responsabilidad, y la había descuidado demasiado. Tardó más de lo que se esperaba, pero al fin lo consiguió, su dormitorio estaba totalmente adecentado… su madre estaría orgullosa. Cansada, miró el reloj y vio que se hacía tarde, pronto llegaría su madre. Decidió reposar de tanto esfuerzo mientras esperaba a que su progenitora llegar del trabajo, y se puso a ver la televisión.
Su madre no tardó más de veinte minutos. Estaba totalmente agotada. Había sido uno de esos días en el que parecía que todos se ponían de acuerdo para fastidiarla, pero por fin llegaba a casa… hogar, dulce hogar.
          La muchacha, al escuchar a su madre entrar en casa, pegó un salto y salió corriendo a la entrada.           ¡Mamá! ¡ Mamá!, que bien que estés en casa.          La madre sonrió mientras daba un sonoro beso a su hija, consciente de que aquello podía deberse al trato entre las dos.         Bueno ¿Y que tal?- preguntó la madre al fin.          La niña estaba exultante. – Yo cumplí mi parte, ahora te toca a ti.          La madre asintió complacida.           Está bien, veamos como ha quedado la cocina-          ¡No! – contestó la hija – Al final no he recogido la cocina, he recogido mi dormitorio… pero ven a verlo, mira que gran limpieza!.          La madre estaba atónita mientras veía como su hija corría a su dormitorio. ¿había dicho su dormitorio?.          Rafael calló durante unos segundos mientras observaba a Inés que lo miraba fijamente. Lo cierto es que todos lo miraban fijamente esperado que continuara.
          Rafael sonrió.
          Inés. Imagínate que esa madre eres tú. Tienes una hija adolescente, ¿verdad?.
          La muchacha asintió.
           Pues imagínate que esta es tu historia. ¿Pagarías a tu hija lo pactado?.
          Inés no tardó mucho en contestar.
           No. Claro que no.           ¿Por qué?.           Pues… por que no cumplió su parte del trato.           Pero…. Ella limpió su dormitorio, y lo cierto es que era necesario hacerlo ¿No?.
Rafael notó que poco a poco todos comenzaban a sonreir.

          Inés lo miró fijamente.
           Pero…. – no fue capaz de acabar.
           No era el trato ¿verdad? – acabó la frase Rafael.
          Inés asintió sorprendida. ¿Cómo no lo había podía entender antes?.
           Mira Inés. Con Dios es igual. El ha puesto sus condiciones, su forma… y son sencillas. No son las obras, aunque son buenas, ni otro camino, aunque parezca haber cientos o miles. Su palabra lo dice claro, Si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios lo levantó de entre los muertos, serás salvo. Y aunque nosotros nos empeñemos en limpiar nuestro dormitorio, no es que lo que Dios ha pactado. ¿Entiendes?.          Inés sonrió complacida. Ahora si lo había entendido.

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(Basada en hechos reales. Los nombres están cambiados)

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